La transición energética es el proceso de cambio desde una sociedad que se sustenta en sistemas energéticos con altas emisiones de gases de efecto invernadero a una en que los sistemas energéticos son de bajas emisiones o sin emisiones de carbono.
Como bien lo dice su nombre, la transición es el “proceso” no el estado final por lo que tardará décadas en lograrse por completo. Sin embargo, de acuerdo con los objetivos climáticos acordados a nivel mundial, una parte muy significativa de la transición debe realizarse antes del 2050, de manera de cumplir con la reducción de emisiones esperada.
La transición implica cambios en varias dimensiones de los sistemas energéticos. El más conocido de estos cambios es el abandono progresivo de los combustibles fósiles y el uso creciente de energías limpias (vea la entrada sobre energías limpias y renovables) tanto para la generación eléctrica como para el consumo final de la industria, el transporte y el sector residencia, comercial e institucional.
Además de estos cambios en las formas de generación de energía útil, se requerirá cambios en la infraestructura energética: nueva infraestructura de transmisión y distribución eléctrica, almacenamiento, reconversión o reducción de la infraestructura asociada a los combustibles fósiles, así como más tecnologías de información y comunicación para soportar sistemas energéticos cada vez más complejos.
Finalmente, habrá cambios en las formas de uso y consumo energético con una mayor presencia de la electricidad en todos los usos finales y la necesidad de una mayor eficiencia para aprovechar al máximo la energía disponible.
Todos estos cambios requerirán nuevos desarrollos tecnológicos, nuevas regulaciones, nuevos modelos económicos que tendrán profundo impacto en la manera en que nuestras sociedades funcionan, tal como lo tuvieron las anteriores transformaciones energéticas – el paso de biomasa a carbón en el siglo XIX, el paso del carbón a petróleo y gas en el siglo XX y la electrificación que siguió a la segunda guerra mundial.
Pese a las experiencias pasadas, los desafíos son mayormente nuevos pues la transición energética del siglo XXI es muy diferente a las transiciones previas por dos motivos centrales. El primero es que hay un plazo relativamente acotado para una parte muy significativa del proceso. El segundo, y quizás más relevante, es que se debe modificar o reemplazar la mayor parte de los sistemas energéticos por otros, mientras que en las ocasiones anteriores se trató más bien de agregar nuevos sistemas a los ya existentes.
La transición energética está en marcha, pero aún queda un largo camino por recorrer.