El mundo está obligado a transitar hacia sistemas energéticos bajos en emisiones de gases de efecto invernadero pues más del 70% de estas emisiones provienen del sector energía. Las principales fuentes de gases de efecto invernadero son los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural). Si bien los combustibles fósiles han sido fundamentales para el desarrollo del mundo moderno por su disponibilidad, simplicidad de uso y alto contenido energético, el aspecto negativo de su despliegue masivo ha sido la contaminación global del planeta además de la contaminación local que pueden producir. La industria, el transporte y los servicios que conocemos han podido desplegarse en gran medida por el uso de combustibles fósiles.
Sin embargo, los gases de efecto invernadero están provocando un cambio climático: cambios a largo plazo en la temperatura media del planeta, así como de los patrones climáticos. El impacto (agregado) actual es una temperatura media de la tierra alrededor de 1,2°C por encima de la temperatura preindustrial, temperatura que sigue aumentando, así como los fenómenos climáticos extremos.
Para evitar que temperaturas aumenten a niveles “catastróficos” (que se estima ocurrirían si la temperatura media de la tierra sube más de 2,5°C) es necesario reducir las emisiones del orden de 45% al 2030 con respecto a lo que fueron en el año 2010. De no hacerlo, las consecuencias demográficas, sociales, económicas, políticas de los trastornos ambientales serán dramáticas. Por lo anterior, el cambio climático no es sólo un desafío ambiental, sino también social (en formas de vida, migraciones, pobreza, por ejemplo) y económico (en modos de producción, intercambio y consumo).
En concreto, en diciembre de 2015 (COP 21 – Paris) se acordó fijar el límite de calentamiento global para fines de siglo en 2°C por sobre los niveles preindustriales como máximo. En noviembre de 2021 (COP26- Glasgow) se ratificó un compromiso de carbono neutralidad al 2050 (es decir que se emita la misma cantidad de GEI a la atmósfera de la que se retira). Si se quiere un desarrollo sostenible, es decir, “un desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer las suyas” (Informe Brundtland 1987), es fundamental enfrentar la crisis climática y, como se mencionó, eso exige hacerse cargo de manera fundamental del sector de la energía.